La «Hielonauta», más que una expedición… ¡¡¡Una estupenda vivencia!!!

El grupo y club de montaña argentino “Andinautas” cumplirá en octubre 15 años de su fundación y cuando llegan fechas como esas se hacen balances y dentro de ellos, sin lugar a dudas, la que denominamos la “Hielonauta” -Expedición Andinauta a los Hielos Continentales-, se encuentra entre las mejores experiencias que hemos vivido como grupo y en lo personal entre las tres o cuatro mejores vivencias de mi trayectoria como montañista y viajero.

Desde nuestro origen como grupo, el objetivo de “Andinautas” fue la práctica, el desarrollo y el conocimiento de la vida en la naturaleza, esencialmente en ambientes de montaña, de forma amateur y autogestionada en la mayor medida posible, con auténtico sentido cooperativo, deportivo y de compañerismo y la “Hielonauta” fue una prueba de ello ya que cuando hicimos “la cuenta final” nos costó en total -viajes aéreos incluidos- apenas un 20% de lo que costaba entonces “contratar una expedición” desde Chaltén. Fue fundamental en ello el “compartir” el conocimiento de los más expertos con los más novatos. Ese es lo que nosotros denominamos el “espíritu Andinauta” que no es ni más ni menos que el auténtico espíritu del montañismo: compartir, disfrutar, descubrir y descubrirse.

¿Campos o Continentales?

Esta región es denominada, en nuestro país como «Hielos Continentales» y en Chile como «Campos de Hielo». Según dicen los entendidos es correcta la denominación chilena para diferenciarlo de los hielos de la Antártida. Luego de haber recorrido apenas un pequeño sector de ellos debo decir que el nombre «Campos de Hielo» me parece realmente más adecuado por lo descriptivo.

Excluyendo los dos polos y Groelandia, esta zona es la de mayor superficie cubierta de glaciares del mundo y, hasta comienzos del 1900 no se conocía su existencia como tal. Recién en los primeros años del siglo pasado comenzaron a aparecer expedicionarios, científicos y aventureros que se internaban en estos verdaderos “campos de hielo”.

Su importancia está dada en que es uno de los mayores reservorios del mundo de agua dulce. De los Campos de Hielo se desprenden hacia nuestro territorio, entre otros, los glaciares Marconi, Viedma, Upsala, Speghazzini y el famosísimo Perito Moreno.

Nuestro objetivo era conocer y vivenciar esta región tan poco transitada y aún verdaderamente salvaje.

Así fue que planificamos los detalles y logística meses antes y hacia el final del verano del 2004 fuimos partiendo hacia Calafate (Santa Cruz) los Andinautas participantes de esta expedición. La mayor parte llegó el viernes 27 de febrero: Gabriel Cabrera (de Mendoza), Rosa María y Florencia Torlaschi (de Moreno, Bs. As.), María Cristina Barres y Pablo Saad (de San Martín de los Andes, Neuquén), Alfredo Gambier y Daniel Gollan (de Capital Federal). Al día siguiente llegamos Diego Barbella (de Mercedes, Bs. As.), Juan Pablo Orlandi (de El Talar, Bs. As.) y Mauricio Bernardo Bianchi (de Gral. Pacheco, Bs. As.). Con Gabriel también viajó su esposa Leticia y su hermosa hijita Juliana. En Calafate estaban trabajando durante la temporada otros dos Andinautas: Martín Cisternas y Fabián Defazio, quienes nos sirvieron de apoyo logístico en la previa al viaje.

Hacia el Chaltén

Cuando llegamos Calafate nos alojamos en un hostel cerca de la terminal y habíamos contratado una camioneta para que nos traslade ya que, al ser 10 personas con mucho equipo, preferíamos tener nuestro transporte propio y no depender de los horarios fijos, e incluso nos resultaba más barato. Además nuestra intención era que el mismo domingo nos llevarán hasta Chaltén (a 217 km. en no menos de 5 hs. de marcha, hay que recordar que el camino era de ripio en esa época) para allí dejar un excedente de equipo (algunos luego de los hielos harían otros paseos) y continuar hasta el km. 17 del camino a Lago del Desierto, donde iniciaríamos la caminata.

Debemos decir que Mario, el chofer, casi se infarta cuando vio la cantidad de petates que llevábamos. Basta con contar que, una semana antes de viajar, desde Buenos Aires habíamos despachado en encomienda 210 kilos de equipaje para no tener problemas con el peso en el avión (comida y equipo técnico). Puede parecer mucho pero era apenas un promedio de 20 kg por persona para una gran travesía.

El tiempo no fue bueno y durante el viaje llovió, en algunos momentos torrencialmente. Eso nos cambió los planes y finalmente nos quedamos ese día en Chaltén. Allí paseamos un poco, reacomodamos las cosas y aprovechamos para averiguar detalles de la zona. Aquí confirmamos que no era necesario que llevemos ni esquíes ni raquetas para la nieve ya que ésta sería escasa.

Cabe aclarar que “no había mapas oficiales de la zona en esa época por la cuestión de límites” y no había cartas detalladas así que ese día nos vino bien porque adquirimos un mapa que era una edición preliminar (de Zaguier y Urruty) en base a una imagen satelital –algo bastante novedoso en aquella época- con datos de lo que haríamos.

Fuimos a Gendarmería Nacional para hacer el trámite de salida del país ya que, durante la travesía, cruzaríamos algunos kilómetros por territorio chileno. Respecto de esto cabe aclarar que, a pesar de organizar este viaje durante varios meses, buscar información por todos lados (internet, Parques Nacionales en Bs. As., en Calafate y en Chaltén, casa de la Provincia de Santa Cruz, etc.) nadie… absolutamente nadie (ni siquiera el chofer Mario) nos habían dicho que había que hacer ese trámite. Nos enteramos por leerlo en el mencionado mapa. Algo fallaba en ese entonces en los informantes.

Chaltén era entonces un pequeño pueblo con apenas un centenar de habitantes estables e invierno que fue fundado en 1985, sin ninguna calle pavimentada ni celulares. Era y sigue siendo un lugar bello que vive del turismo, los caminantes y los escaladores.

Por fin… en marcha 

Finalmente el lunes 1 de marzo decidimos que, aunque lloviera… partiríamos. A las 7 hs. llegó la camioneta pero no pudimos irnos hasta pasadas las 8 hs. pues recién a esa hora el Jefe de Gendarmería firmó nuestras autorizaciones de migraciones. Mario antes se había molestado por la excesiva carga que llevábamos ahora se molestaba por la demora que, era responsabilidad de la carente información.

A las 9 hs. de la mañana, con un cielo sumamente nublado y pronóstico de mal tiempo comenzamos la caminata que, al final de la misma, sería de unos 100 km.

Cuando salíamos del albergue donde habíamos dormido alguien juntó «todos los bastones», incluso un par que no era nuestro. De esto nos dimos cuenta cuando comenzamos a ponernos las mochilas.

En el puente del Río Eléctrico comenzamos a caminar hacia el lugar conocido como «Piedra del Fraile». Mientras avanzábamos por el bosque aparecieron caminando junto a nosotros mochileras que iban a acampar allí y nos cruzamos con unos canadienses que se llevaron los bastones para devolverlos.

Luego de dos horas de caminata llegamos al lugar llamado Refugio Los Troncos, que al estar fuera del Parque Nacional y ser “propiedad privada”… te cobran. En aquella época si acampabas pagabas $ 5 por día y si simplemente «se pasabas por allí» pagabas… $ 5, o sea «un peaje en la montaña». Un problema que se viene agravando hace tiempo.

Aprovechamos este lugar para hacer un descanso y almorzar debidamente ya que nos quedaban como 4 hs. de caminata.

¡Qué frío el Pollone!

Luego del almuerzo continuamos hasta que nos encontramos con el río Pollone que, sabíamos, teníamos que vadear, o sea… ¡mojarnos las patitas!.

Cada uno optó por su método: «a pata pelada», con zapatillas viejas traídas para esto, Alfredo con zapatillitas de náutica (y… el hombre tiene años de navegación) y yo con unas sandalias de esas con abrojos.

Antes de eso muchas veces había vadeado arroyos o ríos, incluso descendiendo de glaciares y hasta en invierno con agua a la cintura, y muchas veces más lo hice desde entonces, pero también debo decir aún hasta hoy, que nunca había metido mis pies en un agua tan fría como la del Pollone. Hubo que cruzar tres brazos en los que se abría al desembocar en el lago Eléctrico y, si bien por suerte daba sólo hasta debajo de las rodillas, era increíble la sensación como si cientos de agujas se clavaran en las piernas. Todos coincidimos que verdaderamente «daban ganas de llorar» pero en mi caso lo que hacía era putear como pocas veces, para canalizar esa sensación.

Estadía prolongada en La Playita

Luego de cruzar el gélido río debimos transitar una ladera con rocas sueltas que nos depositó en una especie de península rocosa sobre el lago Eléctrico.

Al pasar esta península divisamos «La Playita» que es el lugar tradicional de campamento de 1ra. noche para quienes van a los Hielos Continentales.

Este lugar está protegido del viento del oeste por una enorme masa rocosa, de un par de kilómetros de largo, que el antiguo paso del glaciar no pudo destruir pero en el cual se ve claramente su antigua presencia. Analizarlo es una excelente clase de geografía y glaciología.

La Playita es muy amplia y plana, está constituída por un suelo de piedras de pequeño tamaño y algunas tan trituradas que parecen arena. Allí llega un río que proviene de tres cascadas increíbles que caen, dos desde el norte y una desde el oeste a un mismo lugar donde se encajona. La cascada del oeste proviene de otro lago menor que es la clásica «laguna frontal» de los glaciares. En este caso la del Glaciar Marconi.

En este espacio instalamos nuestras cuatro carpas con la siguiente distribución: las «chichis» (Rosemary, Floren y Cris) en una, Pablo y Diego en otra, Juan Pablo y Alfredo en una tercera y la cuarta la ocupábamos con Gabriel y Daniel.

El lugar era lindo, el tiempo… feo… y eso provocó, contra nuestra voluntad, que debamos permanecer allí… ¡4 noches!… cuando originalmente teníamos proyectada sólo una.

Habíamos ido a los hielos calculando hacer la vuelta en 7 noches y con un margen extra, por mal tiempo, de 5 noches y no empezamos muy bien… nos consumimos 3 en el primer campamento!.

De yapa la primera noche casi perdemos una carpa ya que, cuando Daniel estaba cocinando con el calentador MSR, éste comenzó a perder y se produjo una llamarada que no podíamos apagar con agua. El calentador voló del abside de la carpa (el cual menos mal estaba abierto, aunque ésta sufrió un agujerito) y no se apagó hasta que fue enterrado bajo la arena. En conclusión… nos quedamos, en el primer intento de cena, sin un calentador inaugurando una larga serie de problemas con éstos durante el viaje.

Esa noche nos dormimos como a las 23 hs. y el amanecer del día siguiente se prolongó ya que llovió durante toda la noche y no paró hasta eso de las 14 hs.

Porteo al “bloque errático” del Marconi

A las 15,30 hs. finalmente nos organizamos y partimos para hacer un porteo sobre el glaciar Marconi. Juntamos algo de equipo y mucha comida para llevarla al glaciar y dejarla allí, de esta forma evitar, cuando finalmente avancemos, tener que ir tan cargados.

Superamos el sector rocoso que detallé antes y llegamos hasta la laguna frontal del glaciar. Allí comenzamos a transitar la ladera de la costa sur de esa laguna que era una pared sumamente descompuesta e inestable, llena de rocas sueltas de tamaños hasta gigantescos. Realmente daba miedo andar por este pedrero terrible que, en el mapa, figura como «pared peligrosa».

Anduvimos por ese terreno, muy complicado, hasta que un gran sector de hielo no nos dejó avanzar. Allí decidimos «bajar hasta la laguna» y nos encontramos que aquí era más fácil.

Luego de un buen trecho llegamos a estar al lado del glaciar y en cierto sector nos subimos al mismo para encontrar un bloque errático (que son grandes rocas transportadas por el glaciar) en el cual dejamos en bolsas nuestra carga y los dos trineos que llevábamos para la travesía en el hielo continental.

Al volver ocurrió el suceso más peligroso de toda la travesía. Cuando bajamos del glaciar nuevamente a la pared peligrosa estábamos avanzando en fila india y al pasar entre unos grandes bloques de roca (uno del tamaño de un Fiat 600) dos de ellas se desplazaron dos o tres metros ladera abajo, justo por donde estaba pasando Alfredo. Estas rocas, bien redondeadas, eran de más de 1 metro de diámetro y rodaron sobre el cuerpo de nuestro amigo que atinó a hacer lo único que pudo… se sentó sobre una de ellas acompañando su movimiento y cuando ésta se detuvo, contra otra roca, atinó justo a levantar su pierna izquierda… de no haber tenido tal acto reflejo hubiera quedado aplastada entre las dos moles. «Cuando se movieron las rocas sentí olor a pólvora…», contaba luego. El roce entre las rocas produce chispas.

Días de ocio en el Eléctrico

El 3 de marzo nos levantamos tarde ya que había llovido toda la noche. El barómetro indicaba que la presión bajaba y eso anunciaba mal tiempo. Gabriel había llevado su teléfono satelital y habló con Leticia (su esposa) para pedir el pronóstico. Un frente de 200 km. de nubes desde el Pacífico con una perspectiva de ¡¡15 días de mal tiempo!!. La cosa comenzaba a preocuparnos. Llovió copiosamente todo el día. Juegos de cartas y charlas en las carpas fue el entretenimiento.

Esa noche no llovió pero a media mañana del día siguiente comenzó a llover con intermitencias. Este día lo utilizamos para recorrer el sector rocoso y fue ahí que descubrimos la belleza del lugar que, de no ser por el mal tiempo, nos habríamos pasado de largo.

La lluvia en La Playita se transformaba en nevada en los picos de los alrededores lo cual nos hacía imaginar el temporal en los Campos de Hielo.

Desde este campamento tuvimos, cuando a las nubes se les antojó, unas visiones increíbles de las agujas Guillamet, Mermoz y el imponente Fitz Roy/Chatén.

Este día realizamos algo que quedará en la historia de nosotros, en ese hermoso lugar tuvo lugar la primera reunión oficial de la Comisión Directiva de la recientemente creada asociación civil “Andinautas”. Nada mejor que charlar sobre proyectos de los temas que nos unen en el contexto de un lugar como ese, en un campamento a las orillas de un lago, en plena cordillera. En las actas de nuestro club consta que la 1ra reunión de Comisión Directiva se realizó en “campamento La Playita del Lago Eléctrico”… y hasta teníamos quórum!!.

Toda esa noche… llovió nuevamente y La Playita comenzaba a «hacer agua», el río había crecido y el terreno ya no absorbía más.

Decididos a partir

El viernes 5 de marzo paró de llover, ni lo pensamos más y decidimos salir (de cualquier forma teníamos que ir hasta el porteo porque ya se nos habían agotado las provisiones). Alrededor de las 12 hs. finalmente, cruzamos el sector rocoso, luego la pared peligrosa, subimos al glaciar y llegamos al bloque errático del porteo.

Luego de cargar las cosas continuamos glaciar arriba hasta que se terminó el escombro sobre el mismo. En este punto nos colocamos los grampones para transitar con seguridad en el hielo. Seguimos avanzando, aún sin encordarnos porque las grietas se veían claramente y el hielo estaba sin cobertura de nieve.

Desde La Playita hasta el Paso Marconi hay nada menos que 1000 mts. de desnivel y estimábamos unas 7 a 9 hs. de caminata. Como habíamos partido recién al mediodía sabíamos que estábamos muy justos con las horas de luz (oscurecía a las 20,30 hs.).

En esta parte del glaciar Marconi habíamos ascendido unos 350 mts. de ese desnivel y comenzó a nevizcar.

En el mapa vimos que se señalaba este sector como propicio para acampar. Allí lo denominaban como Campamento Serac porque hacia el oeste hay una impresionante pared que posee sobre ella un glaciar colgante del cual permanentemente caían espectaculares avalanchas que no nos cansábamos de mirar. Es increíble que, aunque caían a unos cientos de metros de donde estábamos, no temíamos de ellas.

Un triste descubrimiento

«Allá… allá hay una carpa….», gritaron entre Daniel y las chicas que venían cerrando el grupo cuando habíamos comenzado a descender hacia el sector noreste del glaciar, buscando el pie de una gran pared para acampar.

Algunos de nosotros estábamos más adelante y buscábamos donde poder poner 4 carpas cosa que, entre el caos de hielo y rocas que era ese terreno fue imposible.

Al escuchar ese grito nos dirigimos hacia detrás de un gran bloque donde se veía una carpa amarilla pequeña. Inmediatamente nos llamó la atención ver que tenía su sobretecho tirado a un costado. Comenzamos a pensar lo peor. Cuando Gabriel la abrió el cuadro fue horrible. Un hombre barbudo, recostado boca arriba, congelado, con sus brazos y piernas ligeramente abiertas y un escenario absolutamente lleno de sangre. Lo primero que pensamos fue que seguramente era un montañista que andaba solo, se cayó o golpeó y pudo llegar a meterse en su carpa donde finalmente falleció desangrado.

Pero no… la realidad era más triste aún. Este hombre, Hans Willi Klaus Jakob, era un alemán de 70 años que vivía en Berna (Suiza) que había llegado hasta aquí… para quitarse la vida. Efectivamente se suicidó cortándose las venas de ambas manos con una navaja suiza que estaba envuelta en un pañuelo.

Encontramos una nota escrita en inglés el 6 de enero (el día que cumplió 70) y corregida el 1 de marzo (el día que nosotros llegamos a La Playita). En ella expresaba que se había despedido de sus familiares y amigos, que no debía nada a nadie ni al Estado y que era libre. Pedía que lo dejen en estos hielos o ser enterrado en la Patagonia. Dejó dinero para gastos.

Según su pasaporte llegó el 4 de enero a Santiago de Chile y ese mismo día cruzó a Mendoza. Parecía que «anduvo buscando» su morada final y luego de casi 2 meses la encontró allí.

Creemos que su intención era ir hasta los Campos de Hielo pero el mismo temporal que nos detuvo a nosotros en La Playita lo hizo con él en este lugar.

Entre Gabriel y Daniel «embalaron» el cuerpo con la propia carpa, bajándole los parantes, para evitar que pueda ser arrastrada por fuertes vientos y se le colocó su piqueta encima a modo de cruz. Se hizo esto porque no se sabía cuánto se tardaría en venir a buscarlo.

Gabriel se comunicó por el teléfono satelital con Parques Nacionales y le brindó la posición precisa de coordenadas de GPS y datos de lo que habíamos encontrado. Si el mal tiempo no nos detenía aquí no hubiéramos visto la carpa y, seguramente hasta el año próximo no se hubiera conocido el destino de Jakob.

El destino quiso que fuéramos nosotros quienes encontráramos al infortunado Klaus (como desde entonces lo conocimos nosotros) y decidimos que luego de terminar nuestra travesía nos ocuparíamos de que se cumpla su voluntad. Los trámites absurdos, la estúpida burocracia y la ineficiencia de diferentes organismos gubernamentales hicieron que nunca se comunicaran con sus dos hijos (logramos nosotros realizar ese contacto) y así se enteraron su destino final. Intervino el Juez Federal de Río Gallegos, el cuerpo fue rescatado unos días después por un helicóptero de Gendarmería y, aunque habíamos dado con precisión los datos de ubicación y filiatorios (y además entregamos a nuestro regreso sus documentos en Gendarmería de Chaltén), a pesar de todo eso… fue enterrado en Río Gallegos como NN!!!! Nos costó muchísimo molestar amigos de la región y decenas de llamados al Juzgado lograr saber dónde lo habían enterrado. Por nuestra insistencia y, debemos decir, “peleas con el sistema” y cantidad de fantasías elucubradas alrededor de su fallecimiento, logramos más de dos años después que su tumba al menos tuviera su nombre.

Este hecho inesperado, trágico, triste, nos confirmó algo que muchos pensamos… que el nacimiento y la muerte, que son los dos hechos fundamentales a los cuales ningún ser humano escapa, deberían ser absolutamente respetados y sin los “negocios y negociados” que hay a su alrededor. La ineficiencia burocrática y la desidia de muchos funcionarios que intervinieron hicieron que tengamos nosotros mismos que ocuparnos de contactar a sus familiares y velar por que su tumba tuviera siquiera su nombre. Y todo ello a pesar de que se entregó a las autoridades el dinero que había dejado Klaus… no podían aducir “falta de recursos”, sin embargo sus bienes personales (que junto con el dinero entregamos “bajo acta” que conservamos en copia) nunca llegaron a sus parientes.

Klaus, se convirtió en un tema de reflexión para nosotros por muchas razones durante mucho tiempo y aunque él físicamente no “quedó en esos hielos” -como pedía en su carta- en la nueva edición del mapa de Zaguier-Urruty (al cual aportamos muchos datos precisos) se denominó como “Vivac Klaus” al lugar donde había acampado. De alguna forma él “quedó en esos hielos”.

Un incómodo campamento

Luego de estos sucesos y la conmoción que provocó retomamos la búsqueda de un sector de acampe y a unos 150 mts. glaciar debajo de donde estaba Jakob pudimos “aplanar” (más moral que realmente) el terreno para instalar sólo tres carpas. Sobre el hielo, entre grandes rocas a los costados y pequeñas piedritas debajo de cada uno de nosotros que hacían que al dormir siempre uno se «pinchara» con alguna.

El campamento era incómodo y muy húmedo pero luego de unos buenos fideos de cena nos dormimos con un verdadero concierto natural toda la noche: caídas de seracs, acomodamiento de rocas que nos rodeaban (esto la verdad daba un poco de miedo recordando el suceso de Alfredo) y la lluvia y viento constantes.

Los hielos continentales nos seguían “invitando a irnos”… y faltaba aún más!!

El Marconi y la tormenta

El 6 de marzo amaneció… lloviendo. Nos levantamos tarde pero finalmente decidimos avanzar, este campamento no nos gustaba, el lugar no era cómodo y estaba expuesto a varios riesgos, sobre todo si seguía la lluvia.

A todo esto, sabíamos que los chilenos habían instalado hacía 2 años un refugio en un nunatak (afloramiento rocoso en los hielos) al pie del cerro Gorra Blanca. Originalmente habíamos planificado intentar ascender este cerro de casi 3000 mts. de altura y llegar a la zona de ese refugio, que estaba más al norte del Paso Marconi, era nuestro objetivo de este día.

A las 13,30 hs. (o sea bastante tarde) partimos. Teníamos por delante un ascenso con gran pendiente (algunos tramos de casi 45°) por el glaciar Marconi, entre grandes grietas y, en la primera parte, con el riesgo de caída de seracs.

Íbamos en fila india, conservando una distancia de 15 mts. entre cada uno, por si había que tratar de correr para algún lado (aunque uno pensaba… ¿para dónde?… ¿adentro de una grieta?). Hay ocasiones en las cuales que no pase nada depende tan sólo de no estar en el lugar inadecuado en el momento menos preciso. Sólo de eso.

Mientras subíamos, con nuestras pesadas mochilas (creo que ninguna de menos de 25 kg.) mirábamos permanentemente a los seracs como para que, si se caía alguno, verlo con suficiente anticipación.

Cuando habíamos ya avanzado bastante en desnivel el terreno comenzó a «aplanarse» pero aquí se fue complicando el tema de las grietas pues en la parte superior del glaciar el tiempo era verdaderamente muy malo.

Eran como las 16 hs. y nos detuvimos para, por primera vez, encordarnos. En los glaciares se arman «cordadadas» para que cuando alguien caiga en una grieta sus compañeros de cuerda puedan sacarlo o rescatarlo.

Hicimos tres cordadas: las «chichis» eran una, Gabriel, Daniel y yo otra y el resto de los chicos formaban una de cuatro.

¡Tormenta en los hielos!

Además de encordarnos armamos los dos trineos. Esto se usa para «arrastrar» el peso en vez de llevarlo en la espalda. En los trineos colocamos el «equipo común» (carpas, comida, combustible, etc.). De esta forma todos llevan menos peso… en realidad todos no… los que nos tocó arrastrar algún trineo llevábamos la mochila y tirábamos del trineo… no era mucho negocio.

Las chicas decían que ellas no eran feministas y que, como eran mujeres, no tenían que arrastrar trineo y nosotros, muy caballeros o tal vez algo tontos, lo aceptamos y nunca ellas lo hicieron.

Avanzamos en medio de la tormenta, con ráfagas de viento y grietas tapadas por nieve que se desmoronaba bajo nuestro peso. Sin embargo tan sólo Gabriel metió su pierna izquierda en una grieta pequeña que, inmediatamente se tapó de nieve. Fue increíble pero entre Pablo y Rosemary, con piqueta y pala tardaron como 10 minutos en poder liberarlo.

En ese momento me asusté ya que, cuando lo ví en la grieta me tiré al piso y clavé mi piqueta (se hace para evitar que la caída de un compañero de cordada nos arrastre a todos) y, como estaba a más de 10 mts., no sabía que pasaba. El viento no me dejaba hablar ni a los gritos y su pierna atrapada era la izquierda, la pierna que casi perdió totalmente en un accidente de moto (los médicos aún no se explican no como va a la montaña sino… ¡cómo camina!).

Luego pasó Daniel al frente y, por suerte, se terminaron las grietas, en realidad tenían tanta nieve encima que aguantaban nuestro peso.

Divisamos el nunatak y el refugio chileno y le dimos directo al mismo.

Parecía que estaba cerca pero en un terreno donde «todo es blanco» se pierden las dimensiones y tardamos una eternidad en llegar.

El viento nos castigaba y entre la precipitación y nuestra transpiración por el esfuerzo estábamos todos literalmente empapados con lo desagradable que es eso cuando hay viento fuerte. El frío se hacía presente con crudeza.

Eran pasadas las 20 hs. cuando, luego de más de 8 hs. de marcha, llegamos al Refugio «Eduardo García Soto» Cerro Gorra Blanca del Instituto Chileno de los Campos de Hielo (Parque Nacional Bernardo O´Higgins).

Este refugio, que estaba desocupado, fue una bendición que nos permitió recuperarnos, secarnos y dormir dos noches para esperar lo que finalmente ocurrió… el cambio del tiempo.

Y así fue que el 7 de marzo lo dedicamos, ante la persistencia del mal tiempo, a calmar nuestra ansiedad contemplando los alrededores del refugio que es una atalaya estupenda con vista al “mar de hielo” que es el Campo de Hielo Sur.

Habíamos tenido ya en total 7 noches de mal tiempo y la recompensa a nuestra perseverancia llegaría.

Día de la Mujer

El 8 de marzo nos despertamos temprano en el refugio y saludé a las mujeres integrantes del grupo por ser el «Día Internacional de la Mujer» y creo que eso generó que finalmente salgamos de allí. Es que ellas habían sido las más vehementes en continuar «a todo precio» aunque el tiempo no cambiara y el regalo llegó pasado el mediodía cuando, finalmente habíamos decidido continuar aún con tormenta, comenzamos a caminar y «el tiempo cambió». Como si hubiera sido un obsequio a esa voluntad femenina.

Para variar, tarde nos pusimos en marcha (eran más de las 13,30 hs.) y el terreno no se planteó fácil, de comienzo nomás un mar de grietas nos esperaba hasta poder descender a la planicie central del Campo de Hielo.

Cuando entramos ya plenamente en la planicie central, esa por donde pasaba la famosa «poligonal» de la cuestión de límites, notamos que teníamos sobre nosotros una gran franja despejada y, extrañamente, no había viento.

Sobre la zona del glaciar Marconi se veía una terrible tormenta mientras que hacia el oeste el Cordón Moreno no se veía, estaba totalmente tapado por nubes. Lo que se despejó finalmente fue el cerro Gorra Blanca, hacia el nor-este el cual, por fin, se dejó ver a nuestros ojos como diciendo: «ahora que se van, ahora que no intentarán ascenderme… ahora me muestro». Un desafío que nos quedó pendiente para otra visita.

Hacia el Circo de los Altares

Tal como es correcto andar en glaciares, íbamos encordados. Lo hacíamos en tres cordadas integradas una por las mujeres del grupo (Rosa María, Florencia y Cristina), otra por cuatro integrantes (Juan Pablo, Diego, Alfredo y Pablo) y la tercera conformada por Gabriel, Daniel y Mauricio.

A poco de andar Juan Pablo cayó en una grieta hasta la cintura y, si bien no presentó gravedad la circunstancia (además Juan Pablo no es un tipo de ponerse muy nervioso) la cordada reaccionó más rápido para sacarle una buena foto… que para evitar ser arrastrados por el «hundido».

Con Daniel nos alternamos en el tirar del trineo, tarea no muy grata, y luego tirábamos entre los dos. El otro trineo la llevaba la otra cordada de varones, las chicas seguían con su postura «feminista» seguramente agravada por el día que se conmemoraba.

Al avanzar el terreno se convirtió en plano y la gran cantidad de nieve acumulada permitía avanzar cómodamente.

Algo extraño ocurrió aquí porque comenzamos a tener un fuerte viento en contra, o sea del sud-sudeste, algo totalmente atípico. Sin embargo este viento provocó la retirada de las nubes que provenían del oeste (del Pacífico) y permitió que, al anochecer, el cielo estuviera totalmente despejado.

La caminata por este sector de los Campos de Hielo fue una de los mayores disfrutes que tuve en los ambientes naturales. Con Daniel nos deteníamos fascinados observando el entorno y nos señalábamos permanentemente una vista y otra. El escenario era maravilloso, íbamos por un verdadero «desierto blanco» flanqueado por cordones de montañas, una más bella que la otra, por ambos lados.

Como si todo fuera poco el cielo se despejaba cada vez más como si las nubes se abrieran y huyeran a nuestro paso.

Sabíamos que teníamos el tiempo muy justo para llegar al Circo de los Altares (estimábamos unos 15 km. de caminata para ese día) pero habíamos tomado una velocidad increíble de 4 km. por hora.

Cuando calculábamos que, a ese ritmo, en una hora estábamos en el Circo el terreno cambió notoriamente y comenzaron a aparecer enormes grietas de esas que meten miedo, muy tapadas pero por puentes sumamente débiles.

Daniel, que iba como «catador» de puentes llevaba el trineo y, en una mala maniobra, el mismo fue a parar dentro de una grieta y Daniel quedó en «cuatro patas» soportando los casi 40 kgs. del trineo que colgaba de la cuerda.

Se necesitó la ayuda de Pablo y Juan Pablo para poder sacarlo pero no se pudo evitar la pérdida de una botella de combustible.

Diego también sufrió la caída del trineo en una grieta y se había perdido un termo.

Una vez que se salió de esta situación continuó Daniel al frente y el trayecto que pensábamos hacer en una hora nos llevó nada menos que 3 horas. Por esa razón pudimos salir del atolladero de grietas infernales ya en plena oscuridad de la noche (eran más de las 21 hs.) y acampamos casi «a tientas» en un sitio, en el borde del glaciar con las rocas, que resultó ser el mejor que podíamos haber encontrado.

La noche se presentó espléndida, sin nubes y sin una gota de viento. Alrededor de las 00 hs. nos dormimos con la decisión de quedarnos dos noches en este fantástico lugar.

El amanecer

Me desperté con el sonido de una gran avalancha lejana. Asomé mi cabeza fuera de la carpa y noté que estaba por amanecer y, sobre todo, que no había ni una nube ni viento. Eso, ni nubes ni viento, en los hielos continentales es toda una rareza.

Desperté a Daniel y Gabriel y salimos a fotografiar el momento del amanecer. Daniel se encargó de despertar a todo el campamento, excepto un par de remolones todos se levantaron.

Los rayos del sol comenzaron a pegar en el Cordón Moreno brindando un escenario de colores hermosos, rojizos y plateados del sol tempranero en las nieves permanentes.

La frutilla del postre fue ver las sombras del Chaltén, el Torre y las demás agujas proyectadas en el Cordón Moreno, bien notorias, bien definidas. Estábamos presenciando algo que muy pocos seres humanos han visto… seguramente tan sólo unas decenas.

Fue una excelente forma de «amanecer en el Circo».

Disfrutar el Circo

El Circo de los Altares es un sitio especial. Mi sensación al estar allí era la de estar metido en «la foto que vi tantas veces».

Nos dedicamos el día martes 9 de marzo simplemente y nada menos que “a disfrutar el entorno”, a recorrer ese glaciar bastante plano rodeado por todos sus lados -salvo el oeste- por montañas espectaculares. El Domo Blanco, el Fitz Roy o Chaltén y sus agujas satélites, el Torre y las suyas, el Adela, en fin… pocas veces tan bien puesto un nombre como este de «Circo de los Altares» para describir un espacio geográfico.

Nos ubicamos en unas rocas que cruzan el glaciar y allí almorzamos salamines y queso. Nos dedicamos a conversar, sacar fotos y admirar el paisaje, el entorno, a “vivir” y “vivirlo” de una forma que es imposible describir.

Nos congratulamos de nuestra fantástica fortuna de estar en este lugar sin nubes ni viento.

No creo que existan muchos días al año con estas condiciones y nosotros tendríamos… ¡4 seguidos!.

Escuchando el silencio

Nunca imaginé que un día sabría verdaderamente… qué es el silencio real. Nunca imaginé que este ansiado viaje a los Hielos Continentales me permitiría saberlo.

En cierto momento una parte del grupo se dedicó a recorrer el Circo lo más cercano posible de las paredes de las montañas, otros nos dispersamos por diversos lugares. Éramos un ejército de invasores de la naturaleza «desarmados» por la belleza del entorno, cada uno buscaba «su manera» de disfrutarlo, de retenerlo por mucho tiempo en sus sensaciones. De llevarlo por siempre en sus retinas, en su memoria más profunda.

Me dediqué a caminar sobre el hielo glaciar, sin un rumbo predeterminado, obviamente con cuidado ante las grietas, analizando la contextura tan diversa que tiene el hielo según el sector.

Así andando me encontré con una increíble sensación, sin darme cuenta en un momento percibí que «escuchaba el silencio más absoluto que hubiera podido sentir en mi vida». Estaba en un lugar donde, salvo mis compañeros, la persona más cercana estaría a unos decenas de kilómetros de distancia. Estaba en un lugar donde no hay ni vegetación, ni ríos, ni arroyos, ni animales (tan sólo vimos esa tardecita un pajarito) y encima no había viento, ni siquiera una brisa (algo absolutamente extraño para esa zona).

En esa circunstancia, sin «nada» que pudiera producir sonido y con mis compañeros bien lejos, descubrí que «escuchaba el silencio real». Sólo una avalancha lejana interrumpió un par de veces esa percepción.

Un rato después comentábamos con Alfredo esto, él había experimentado lo mismo.

Al atardecer volvimos todos al campamento, cenamos y nos dormimos alrededor de las 23 hs. luego de uno de los días más bellos vividos en contacto con la naturaleza en su estado más salvaje.

Nuevamente en marcha

El día 10 partimos, tarde como siempre, con rumbo hacia el sur, con la intención de, en esa jornada, dejar ya el glaciar Viedma, que era por el cual estábamos transitando.

A poco de andar armamos los trineos y nos encordamos y, durante un buen trayecto, fue complicado el avance porque había muchísimas y enormes grietas.

No se presentaba riesgoso pero sí se hacía lento pues había que hacer muchos rodeos para esquivar esas fauces heladas de decenas de metros de profundidad.

Como durante febrero hubo muchos días de calor el glaciar estaba netamente «pelado», o sea que no tenía nieve encima y, al ir llegando al punto donde íbamos a dejar el glaciar, éste era una mezcla de hielo sucio y piedras.

Mientras tiraba del trineo en este terreno irregular me sentía un potrillo arrastrando un carro sin ruedas, era realmente muy difícil.

Finalmente, cuando era evidente que no se podía seguir tirando, nos detuvimos, desarmamos los trineos y nos desencordamos para seguir avanzando más velozmente.

Cruzamos zonas de rocas transportadas por el glaciar hasta que finalmente llegamos al punto donde debíamos dejarlo.

El sector era un verdadero caos de rocas, piedras y escombros sobre grandes bloques de hielo, torres cubiertas de escombros e impresionantes cuevas y sumideros de hielo que verdaderamente daban miedo.

Tuvimos que atravesar ese terreno inestable y no faltó alguna patinada peligrosa y un movimiento de rocas de gran tamaño, por suerte, sin consecuencias. Sin dudas la pericia y experiencia de Gabriel nos guió por buen rumbo en este tramo.

Vivac de los esquíes

Una vez que nos «trepamos» a la morena lateral del glaciar, debimos seguir con cuidado pero pronto llegamos al lugar conocido como «Vivac de los Esquíes» porque allí hay un par de esquíes rotos.

Como el tiempo seguía fantástico y el lugar era muy agradable, los varones decidimos hacer justamente vivac, o sea dormir sin carpa. Las mujeres no compartieron esta idea y armaron la suya.

Este vivac fue una increíble oportunidad de dormirse observando las estrellas fugaces. Una laguna próxima y el constantes sonido de rompimientos en el glaciar acurrucaban nuestro sueño.

Nuestra travesía se había convertido en puro disfrute!.

Vivac Andinautas

Nuevamente, con toda tranquilidad, iniciamos la marcha cerca de las 11 hs.

Ahora transitábamos terreno firme, al glaciar Viedma lo tendríamos siempre a nuestra derecha y nosotros íbamos por «el balcón» hacia los hielos que nos brindaba la zona de montaña por la que caminábamos.

Habíamos decidido que no regresaríamos por el sector tradicional de Paso del Viento sino que seguiríamos hasta el Paso Huemul, algo más al sur. Nos guiamos con la carta adquirida, la cual luego tendria algunas correcciones a sugerencia nuestra, pues le encontramos varios errores a esa edición preliminar que habíamos comprado.

En el primer tramo que realizamos llegamos sin problemas hasta el Refugio del Instituto del Hielo Continental Patagónico que es un cuarto de chapas que, increíblemente, lo han construído al lado de una laguna y se inunda… ¡hasta la mitad!.

Al ir llegando allí nos cruzamos con las primeras personas (vivas) en varios días, dos muchachos de Buenos Aires que habían entrado al hielo por el Paso del Viento y ya regresaban.

Luego de un almuerzo prolongado reiniciamos la marcha y anduvimos casi todo el día sin encontrar la bendita senda que, supuestamente, estaba por allí.

Luego de cruzar el río Paula decidimos que se hacía tarde y entre Rosa María y Daniel encontraron un excelente lugar de campamento que, como no figuraba en los mapas, decidimos denominar «Campamento Andinauta» y que, seguramente servirá para quienes realicen esta travesía pues esta reparado del viento, al lado de un arroyo y posee una excelente vista al glaciar.

Este sitio fue incluido en las posteriores ediciones del mapa como “Vivac Andinautas” y francamente es recomendable como lugar de campamento.

Una larga jornada

El día 12 de marzo debíamos cruzar el paso Huemul y ello nos demandó una larga caminata, un ascenso fuerte de unos 350 mts. de desnivel y una increíble descenso de casi 1000 mts. con una extraordinaria pendiente.

Partimos tarde, como siempre, y al llegar al Paso Huemul tuvimos una vista impresionante del Lago Viedma.

Parados en el Paso, donde nos detuvimos a comer algo, veíamos el glaciar Viedma y los Hielos Continentales hacia el oeste, el enorme lago Viedma hacia el este y el punto en el cual el glaciar finaliza en el lago hacia el sur. Como si todo fuera poco tres cóndores completaron la escena que seguía con un cielo despejado y casi sin viento. Era el mejor escenario de despedida que nos podía regalar esta extraordinaria travesía.

Hacia el último campamento

Luego de recorrer y fotografiar hasta el hartazgo el entorno iniciamos el descenso que resultó mucho más difícil de lo esperado.

Consistió en una interminable bajada sumamente empinada, entre lengas achaparradas primero y bosque alto luego. Tan empinada que en un sector había colocada una cuerda para descolgarse.

El descenso del grupo se hizo lento y llegamos al pie de esta «pared infame» (tal como fue bautizada) ya entrada la noche. En razón de ello hubo que buscar «a oscuras» donde acampar y finalmente decidimos vivaquear bajo unos árboles, cerca del campamento conocido como «de las lauchas». Allí pasamos la última noche de nuestra expedición.

Esa noche nos rondaron varias horas zorros con sus característicos sonidos, con nuestro cansancio de esa “bajada”… no les dimos bolilla además, seguramente esperaban encontrar comida y nosotros… ya casi no teníamos.

Navegación final

El sábado 13 de marzo de 2004 nos levantamos temprano pues debíamos estar a las 10 hs. en la playa conocida como «Cabo de Hornos» del Lago Viedma. Habíamos coordinado, a través del teléfono satelital de Gabriel, que nos pasaría a buscar la embarcación que lleva a turistas a hacer trekking al glaciar Viedma.

Puntualmente llegó el barco y nosotros estábamos allí para terminar nuestra travesía con una navegación de una hora en el lago.

Al llegar al puerto nos esperaba un unimog de Gendarmería Nacional, a quienes les habíamos solicitado que, para declarar por el suceso del alemán suicidado, nos vinieran a buscar porque varios nos teníamos que ir pronto a Calafate por los vuelos (estábamos a 12 km. de Chaltén y nos resultó estupendo zafar de esa caminata).

Regreso y espectáculo del Perito Moreno

Una comida compartida en la conocida pizzería “Patagonicus” fue la despedida del grupo.

Alfredo, Gabriel, Diego, Juan Pablo y yo, viajamos esa tarde a Calafate y, salvo los dos primeros, el resto tuvimos la suerte de ir al glaciar Perito Moreno que estaba en pleno rompimiento ante la mirada maravillada del mundo. ¿Qué otro broche de oro podíamos pedir a este fantástico viaje que habíamos tenido?. Indudablemente, nada más.

Esa tarde del 14 de Marzo, antes de tomar el avión de regreso a Buenos Aires tuve el privilegio de estar 5 horas viendo como el glaciar Perito Moreno “rompía” hasta derrumbarse totalmente luego de 16 años de no hacerlo… Mejor despedida a la extraordinaria “Hielonauta” no podía tener!!!

Sin lugar a dudas la «Primera Expedición Andinauta a los Hielos Continentales» fue una de las mejores vivencias que he disfrutado en contacto con la naturaleza, una extraordinaria e inolvidable vivencia.

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